Azerbaiyán ha pasado desapercibido como destino de aventuras, a pesar de su insólita naturaleza, que incluye desde volcanes que burbujean lodo hasta manantiales de fuego.
Por El País
El viaje se completa con ciudades históricas que en su día nadaron en la abundancia, como Bakú, y con lo que queda de la herencia soviética. Pero ¿por qué viajar a este país del Cáucaso? Básicamente porque continúa siendo un destino turístico original y alejado de las masas, en el que se puede saborear una hospitalidad a la antigua, una variedad gastronómica interesante y tiene un poco de todo: antiguos fuertes, ruinas, grandes ciudades, espléndidas galerías y un rico legado cultural, todo eso al margen de su insólita naturaleza. Aquí hay vertiginosas cumbres caucásicas, tierras peladas donde pastan ovejas, bucólicas praderas cubiertas con bosques, páramos desérticos y hasta playas. Y todo en un territorio bastante pequeño.
Si viajamos en busca de curiosidades, encontraremos lugares como los volcanes burbujeantes de lodo de Gobustán o un repertorio increíble de fenómenos de combustión, como los “ríos inflamables”, los manantiales de fuego, las laderas que arden y un templo clásico del fuego. Y aún queda por descubrir el legado arquitectónico: las deslumbrantes construcciones del siglo XXI en Bakú contrastan con las que dejó el auge petrolero de hace más de un siglo; hay mansiones, grandes construcciones estalinistas y un casco antiguo medieval rodeado por murallas de piedra con almenas.
Casi lo único que se conoce fuera de la propia región es la vanguardista ciudad de Bakú. Pero en torno a ella se despliega el país más grande y poblado del Cáucaso meridional, con una sorprendente diversidad paisajística, que va desde los picos nevados del Gran Cáucaso hasta la selva subtropical de Hirkan, bordeado por el mar Caspio, rico en petróleo y convertido en una encrucijada cultural intercontinental.
Situado en el cruce de Asia con Europa y rico en recursos, por Azerbaiyán han pasado sucesivos imperios durante toda su historia. Pero, de todos los rasgos naturales que definen el Azerbaiyán actual, el que ha forjado los vínculos más fuertes con la cultura, la política y el urbanismo se encuentra bajo tierra. En época preislámica, los zoroástricos veneraban los fuegos sagrados alimentados por el metano, y Marco Polo, en el siglo XIII, hablaba de las “fuentes de aceite” de la región. Pero la devoción del país por los combustibles fósiles alcanzó nuevas cimas a finales del siglo XIX, cuando la industrialización permitió que Azerbaiyán se convirtiera en el primer exportador mundial de petróleo, cambiando para siempre su papel geopolítico en el teatro internacional. El bum petrolero más reciente fue tras el derrumbe de la URSS: la afluencia de capital extranjero por la firma del llamado “contrato del siglo” en 1994 transformó el país una vez más, añadiendo edificios futuristas al perfil de Bakú y estableciendo un marco nuevo al conflicto con Armenia por la región de Nagorno Karabaj —un enclave de población mayoritariamente armenia en territorio azerbaiyano—. El pasado mes de marzo, Azerbaiyán y Armenia alcanzaron un acuerdo para poner fin a más de tres décadas de conflictos y permitir que los dos países establezcan relaciones diplomáticas y abran sus fronteras, cerradas desde su independencia de la Unión Soviética.
Bakú, pasado y presente
Al ver las plataformas petrolíferas emergiendo del mar Caspio, en 1928, el escritor Máximo Gorki describió Bakú como una “pintura del infierno”. La capital ha cambiado mucho en el último siglo y para ver su transformación solo hay que pasearse por el bulevar de Bakú, conocido como Bulvar, que es un conjunto abigarrado de museos, tiovivos, jardines, clubs náuticos y galerías comerciales, una evolución del paseo marítimo artificial que construyeron a principios del siglo XX los magnates del petróleo. En las últimas décadas se le declaró “parque nacional”, y aunque se ha transformado mucho sigue siendo el paseo obligado.
De todo Azerbaiyán es aquí donde resulta más llamativo el contraste entre lo nuevo y lo antiguo, sobre todo en las estrechas calles amuralladas del casco antiguo. La ciudad se construyó con petróleo y gas. El descubrimiento de inmensas reservas de crudo en la península de Absheron y el mar Caspio ha sido el acontecimiento más decisivo en la historia de Bakú. Cuando en 1872 acabó el monopolio petrolero del Imperio ruso, la población de Bakú se multiplicó por diez, pasando de 15.000 a 155.000 habitantes en 1903, cuando Azerbaiyán suministraba la mitad del petróleo mundial.
Pero la ciudad vieja de Bakú sigue siendo un laberinto de callejones, caravasares reformados, mezquitas ocultas, tiendas de alfombras y falsas casas antiguas insertadas en la centenaria arquitectura. Figura en la lista de patrimonio mundial de la Unesco desde el año 2000, aislado de la bulliciosa ciudad moderna en continua expansión. Al franquear las puertas de la ciudad vieja se descubre el legado de los sahs de Shirván (antiguos soberanos de Azerbaiyán), hammams (baños turcos) y algunos de los lugares religiosos más antiguos de la república.
Aunque tal vez la imagen más reconocible, la que domina la silueta de la ciudad desde 2013, son las torres Flame, el principal legado del segundo bum petrolero del país, iniciado en 1994. La riqueza que generó se tradujo en las deslumbrantes construcciones de cristal que salpican el paisaje urbano. Aunque estas tres modernas torres reflejan en realidad la antiquísima devoción del país por el fuego, arraigada en las creencias zoroástricas preislámicas.
Otra forma de ver Bakú es ir en busca de los edificios soviéticos de la capital. O lo que queda de ellos, porque salvo la imponente Casa de Gobierno de Azerbaiyán, un edificio de arenisca con forma de “U” construido entre 1936 y 1952, lo que queda de la arquitectura soviética en el centro suele pasar inadvertido entre los altos edificios de cristal y ese encantador museo al aire libre que es el casco antiguo. Pero, curioseando entre lo nuevo y lo antiguo, nos podremos acercar a los urbanistas soviéticos que moldearon la silueta de Bakú durante las siete décadas en que Azerbaiyán sufrió el régimen de la URSS, desde 1920. Aquí están reflejados el constructivismo vanguardista de la década de 1920 y principios de la de 1930, el neoclasicismo entre las décadas de 1930 y 1950 y el brutalismo de posguerra dominado por el hormigón.
Aunque casi todos los edificios constructivistas han desaparecido, todavía salpican la capital muchas joyas neoclásicas y brutalistas. A la primera categoría pertenecen el complejo residencial Monolith y la Residencia de Científicos, y a la segunda, el Centro Heydar Aliyev, el Circo de Bakú, el palacio Gulustan y el Mirvari Café, asomado al mar Caspio.
La visión de Zaha Hadid
El futurista centro cultural Heydar Aliyev, diseñado por la reconocida arquitecta Zaha Hadid en 2012, resulta tan desconcertante como llamativo. Es el mayor centro cultural de Bakú y consiste en una estructura que recuerda una sucesión de olas blancas a punto de romper en la vegetación. Se ha convertido en uno de los símbolos del moderno Bakú (aparece incluso en los billetes de 200 manats), con una yuxtaposición de formas fluidas y asimétricas sobre un fondo de bloques de viviendas de la era soviética. El centro ganó el premio al Diseño del Año en 2014, pero su estética deslumbrante no debería ocultar los acontecimientos oscuros que contribuyeron a su construcción. El año en que se concluyó el edificio, Human Rights Watch publicó un informe de 100 páginas con numerosos ejemplos de expropiación ilegal de casas y desalojos forzosos de propiedades que fueron demolidas para dejar sitio a los proyectos de embellecimiento de la ciudad, entre ellos el de Zaha Hadid.
El centro Heydar Aliyev acoge una sala multiusos y un museo. Entre las exposiciones permanentes figura una colección de coches presidenciales, una sala “Bakú en miniatura” con maquetas de los edificios más representativos de la ciudad y una zona que repasa las etapas de la evolución de Azerbaiyán.