Tegucigalpa, Honduras – El fútbol hondureño sigue navegando en aguas turbias. Lo que debía ser una celebración se convirtió en un trámite burocrático que la selección resolvió sin convencer a nadie, ni siquiera a sí misma. El Chelato Uclés, ese templo que alguna vez vibró con las hazañas de la «H», fue testigo silencioso de otro capítulo gris en esta penúltima ronda de eliminatorias hacia el Mundial de 2026.
Las gradas semivacías contaron la historia antes que el balón comenzara a rodar. La afición hondureña, esa fiel compañera de tantas glorias y decepciones, decidió quedarse en casa. Y quién podría culparla después de lo visto en estos meses. El estadio respiraba indiferencia, como si presintiera que otra vez sería testigo de un espectáculo tibio, de esos que no despiertan pasiones ni crean recuerdos.
Los primeros 45 minutos fueron un espejismo cruel. Honduras dominó, sí, pero con esa dominación estéril que ya se había vuelto su marca registrada. Como ante Islas Caimán, como tantas otras veces, la «H» asfixió al rival pero se asfixió a sí misma en el área contraria. Romell Quioto, ese delantero que promete eternamente sin cumplir del todo, se encontró con el poste al minuto cuatro. El metal frío le devolvió la frustración que ya conocía de memoria.

Anthony «Choco» Lozano, el veterano que carga sobre sus espaldas la responsabilidad del gol, también besó el poste en el minuto 37. Dos postes en una noche, como dos advertencias del destino sobre lo que podría venir: otra de esas tardes donde Honduras hace todo bien excepto lo único que importa.
Pero el fútbol, caprichoso como siempre, decidió sonreírle a la «H» cuando menos lo merecía. Getsel Montes, con un cabezazo más afortunado que brillante al minuto 48, rompió el maleficio. El gol llegó con complicidad del portero caribeño, uno de esos regalos que el fútbol a veces concede a los equipos que no encuentran el camino por mérito propio.
La noche pudo ser perfecta para «Choco» Lozano cuando el árbitro señaló penalti al minuto 63. Pero el veterano, quizás presionado por el peso de tantas expectativas, vio cómo su lanzamiento se estrellaba contra las manos del guardameta de Antigua y Barbuda. Un penalti errado que resumía la noche: oportunidades desperdiciadas, falta de contundencia, esa eterna promesa del fútbol hondureño que nunca termina de materializarse.

Alexy Vega, el joven que todavía conserva esa frescura que el fútbol no ha logrado amargar, rescató la dignidad nacional al minuto 80. Su remate al ras de la grama, tras un pase de Yustin Arboleda, puso el 2-0 definitivo y le dio a Honduras el triunfo que necesitaba para seguir soñando con el Mundial 2026.
El jueves llegará el sorteo que definirá las cuadrangulares finales. Honduras seguirá con vida en esta carrera hacia United 2026, donde clasifica directamente el primero de cada grupo y los dos mejores segundos disputarán un repechaje. Pero mientras la «H» siga jugando con esta mediocridad cómoda, los sueños mundialistas seguirán siendo solo eso: sueños que se desvanecen entre postes y penaltis errados, en un Chelato Uclés que cada vez suena más vacío.