Por: José Andrés Rojo | El País
A finales de febrero, en el tenso encuentro que tuvo con Zelenski en la Casa Blanca, Trump quiso hacerlo responsable de jugar con “una tercera guerra mundial”. Y desde entonces ese horizonte, absolutamente devastador, se ha colado en la conversación, y por eso conviene leer un libro como el de Wieviorka. Se ha propuesto acercarse de manera total a cuanto ocurrió, es decir buscar “la pluralidad de parámetros” que se compaginaron para que aquello sucediera. No solo da cuenta de las campañas militares, sino de lo que las rodea: los elementos ideológicos, diplomáticos, sociales, las cuestiones económicas y de intendencia, las resonancias que provocaron en cuantos se vieron implicados. Se ha alimentado de la historiografía más reciente para acabar con las leyendas que distorsionan la comprensión de aquella guerra y busca comprender las razones que impulsaron a su protagonistas.
A las pocas páginas se habita ya dentro del desgarro que provoca el proyecto de Hitler. Poco después de invadir Polonia, un general de la Wehrmacht muestra a las claras de qué va la cosa: “Si se producen disparos en algún pueblo a la retaguardia del frente y resulta imposible determinar de qué casa proceden, deberá meterse fuego a todo el municipio”, ordena. Fue una guerra que afectó directamente a la población civil. La machacó, la esclavizó, la destruyó. En esos primeros meses, Francia cayó de manera precipitada. Wieviorka recuerda a aquel general que “había abandonado sin que mediara orden alguna la ciudad que tenía su cargo por la simple razón de que, a su entender, el enemigo ya no estaba lo bastante lejos”. Los mandos se vinieron abajo. El Reino Unido resistió mejor porque existió un liderazgo que fue capaz de reunir a los suyos contra la amenaza totalitaria. El 10 de octubre de 1940 “la National Gallery organizó un primer concierto a la hora de almorzar. En medio de las llamas o entre las ruinas, muchos ciudadanos de a pie dieron muestras de un arrojo excepcional”.
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