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Tegucigalpa

Sur hondureño suma cocodrilos a la amenaza de inundaciones recurrentes que el Estado no logra controlar

La onda tropical del huracán Erick convirtió nuevamente en drama la vida cotidiana de comunidades fronterizas donde obras de mitigación de 53 millones de lempiras fueron destruidas y la proliferación de reptiles agrega peligro mortal al abandono estatal histórico.

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Tegucigalpa – Las aguas turbulentas del río Goascorán arrastran más que lodo y escombros hacia el Golfo de Fonseca. En sus corrientes viajan décadas de promesas incumplidas, obras de ingeniería fallidas y una nueva amenaza que terroriza a pescadores y familias enteras: cocodrilos de hasta cinco metros que han convertido la supervivencia en una ruleta rusa donde el cambio climático se combina con la negligencia gubernamental para crear una crisis humanitaria permanente en el sur de Honduras.

La onda tropical asociada al huracán Erick, que tocó tierra en México como categoría 4 antes de degradarse, desató una vez más el desbordamiento del Goascorán, ese río fronterizo que cada temporada de lluvias transforma El Cubulero y la Costa de los Amates en territorios sitiados. Pero esta vez, las decenas de familias que enfrentan la inundación deben sortear un peligro adicional que no existía en emergencias pasadas: la proliferación masiva de reptiles depredadores que han hecho del cauce su nuevo hogar.

Elder López, del comité de emergencia local, confirmó que cruzar el cauce de Arcilia se ha vuelto una operación de alto riesgo no solo por la fuerza del agua, sino por la presencia constante de estos animales que pueden atacar sin previo aviso. La comunidad mantiene comunicación permanente con los boletines de la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), pero ningún protocolo oficial contempla cómo enfrentar esta doble amenaza que combina desastres naturales con depredadores salvajes.

La tragedia actual hunde sus raíces en una década de gestión deficiente de obras de mitigación que han convertido al municipio de Alianza en un laboratorio de todo lo que puede salir mal cuando la corrupción, la improvisación técnica y el cambio climático convergen. Las bordas construidas con una inversión de 53 millones de lempiras fueron destruidas por las mismas aguas que debían contener, evidenciando que el gobierno hondureño ignoró estudios técnicos de la Cooperación Suiza que recomendaban la construcción de gaviones en lugar de muros de tierra y piedra.

Faustino Manzanares, alcalde de Alianza, reveló que Suiza había donado cuatro millones de lempiras en gaviones -estructuras de malla metálica rellenas de piedra más resistentes a las crecidas- que permanecen abandonados mientras las familias enfrentan su quinta emergencia mayor en los últimos tres años. El vado sumergible inaugurado por la presidenta Xiomara Castro el pasado abril también quedó bajo el agua, dejando 16 comunidades completamente incomunicadas y dependientes de lanchas para cualquier traslado.

El drama humanitario se agrava cuando se analiza el impacto en los medios de subsistencia locales. Rodil Gallegos, de los pescadores artesanales, explicó que su gremio vive en incertidumbre permanente, incapaz de ejercer su oficio por el miedo a enfrentar cocodrilos de hasta cinco metros que han proliferado desde el sector de Calpules hasta El Cubulero. Los reptiles, que antes se mantenían en pozas alejadas, ahora merodean por las calles durante la noche y han atacado a niños mientras jugaban en las aguas que tradicionalmente usaban para bañarse y pescar.

La situación de los cocodrilos ilustra la complejidad de una crisis que trasciende lo climático para convertirse en un problema de gestión ambiental integral. Hélder López, coordinador del Comité de Emergencia Local de El Cubulero, documentó el ataque a dos menores de 12 y 14 años en 2024, cuando un reptil casi arrancó el glúteo de uno de los niños mientras su madre lavaba ropa en el río. El Instituto Nacional de Conservación Forestal (ICF) reconoce la proliferación pero carece de expertos capacitados para realizar control poblacional de especies que han encontrado en las inundaciones recurrentes su hábitat ideal.

Las autoridades han colocado rótulos de advertencia recomendando no ingresar al río, pero esta medida resulta insuficiente para comunidades cuya economía depende enteramente de la pesca y actividades relacionadas con el agua. José Aguilar, pescador de 50 años de La Laguna, narró que «ya no se puede trabajar tranquilo como antes» porque los cocodrilos aparecen enredados en las redes o acechando desde las orillas, especialmente las hembras con crías que muestran mayor agresividad.

El contraste con El Salvador agrega una dimensión geopolítica a la tragedia. Mientras Honduras lucha contra inundaciones recurrentes con obras que fallan sistemáticamente, las autoridades salvadoreñas han construido bordas robustas con gaviones que protegen efectivamente sus comunidades fronterizas. Esta disparidad en la calidad de la infraestructura de mitigación convierte la línea fronteriza en una frontera también entre la competencia técnica y la improvisación, entre la planificación seria y el despilfarro de recursos públicos.

Los efectos del huracán Erick en Honduras se extienden mucho más allá de El Cubulero. La Copeco reportó 5,235 personas afectadas a nivel nacional, con 557 damnificadas y 217 evacuadas, distribuidas en 1,756 familias impactadas. Los departamentos de Valle, Comayagua, Copán, Ocotepeque, Cortés, Santa Bárbara y Yoro enfrentan inundaciones simultáneas que evidencian la vulnerabilidad sistémica del país ante fenómenos que, según expertos climáticos, serán cada vez más frecuentes e intensos.

La crisis actual ocurre en un contexto donde los suelos hondureños permanecen saturados tras cuatro días consecutivos de lluvias, lo que significa que cualquier precipitación adicional puede detonar nuevos deslizamientos e inundaciones. Luis Salinas, jefe de Operaciones de Copeco, advirtió que las condiciones seguirán siendo críticas durante las próximas semanas, con Valle y Ocotepeque como departamentos prioritarios para la institución.

Para las familias de El Cubulero, estas estadísticas nacionales se traducen en una realidad muy concreta: cada temporada de lluvias significa la posibilidad de perder sus pertenencias, quedar incomunicados durante semanas y enfrentar riesgos de muerte por depredadores que el cambio climático y la mala gestión ambiental han llevado hasta sus patios. Mientras el gobierno central promete obras de mitigación que históricamente han fallado, estas comunidades del sur seguirán viviendo en la intersección mortal entre la crisis climática y la incompetencia estatal, donde sobrevivir cada invierno es un acto de resistencia contra la naturaleza y el abandono del Estado.

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